Llegar a Valizas en medio de una temporada de lluvias, rayos y centellas como la que fustigó a la primera quincena de febrero excede lo imaginable para quien está habituado a los suelos de cemento. Ya se sabe que la aldea hilvanada en torno a la imponente barra del arroyo homónimo no se caracteriza por los senderos asfaltados, y es por esa razón que el amante de las vacaciones propias del buen salvaje va en búsqueda de eso: desconexión, silencio sólo interrumpido por los ruidos de la naturaleza, cielos estrellados. La cosa se pone bastante más difícil cuando se descubre que el agua esta vez se ha pasado de la raya: el nivel sobrepasa los quince centímetros en los principales accesos, los que van desde el rancho alquilado hasta la principal y, oh terror, los que bajan desde la principal ha...
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