La nueva fase de la limpieza étnica - Semanario Brecha
Qué hay detrás del nuevo plan de Israel para dividir Gaza en dos

La nueva fase de la limpieza étnica

Mientras Donald Trump alaba la «paz», Israel está consolidando un nuevo régimen de fronteras fortificadas y desesperación, junto con un gobierno títere. El objetivo es expulsar definitivamente a los gazatíes de la Franja.

Área destruida de Sheikh Radwan, en el norte de la Ciudad de Gaza, el 6 de noviembre. Xinhua, Rizek Abdeljawad.

«Después de tantos años de guerra incesante y peligro sin fin, hoy los cielos están en calma, las armas callan, las sirenas se han apagado y el sol sale sobre una Tierra Santa que por fin está en paz», declaró el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, durante su discurso en la Knesset, el parlamento de Israel, a principios de octubre. Pero los hechos sobre el terreno revelan una realidad mucho más sombría y arrojan luz sobre el nuevo plan de Israel para la subyugación permanente del enclave.

Con la llamada línea amarilla, Israel ha dividido la Franja en dos: Gaza Oeste, que abarca el 42 por ciento del enclave, donde Hamás sigue controlando y donde se apiñan más de 2 millones de personas, y Gaza Este, que abarca el 58 por ciento del territorio, que ha sido completamente despoblada de civiles y está controlada por el Ejército israelí y cuatro bandas proxy.

Según el plan de Trump, esta línea estaba pensada como un marcador temporal, la primera etapa de la retirada gradual de Israel de la Franja, mientras la Fuerza Internacional de Estabilización asumía el control sobre el terreno. En cambio, las fuerzas israelíes se están atrincherando, reforzando la división con movimientos de tierra, fortificaciones y barreras que sugieren un avance hacia la permanencia.

Gaza Oeste se está pareciendo cada vez más al sur del Líbano, que el Ejército israelí ha seguido bombardeando periódicamente tras firmar un alto el fuego con Hezbolá. Desde el inicio de la tregua en Gaza, los ataques aéreos y con drones y los disparos con ametralladoras por parte de Israel golpean a la población a diario, normalmente con el pretexto de «frustrar un ataque inminente», en represalia por supuestos ataques a soldados israelíes o contra personas que se acercan a la línea amarilla. Hasta ahora, estos ataques han matado a más de 200 palestinos, incluidos docenas de niños.

Israel sigue restringiendo la ayuda a Gaza Este, con una media de unos 95 camiones que entran al día, muy por debajo de los 600 al día estipulados en el acuerdo con Hamás. La mayoría de los residentes han perdido sus hogares, pero Israel sigue impidiendo la entrada de tiendas de campaña, caravanas, viviendas prefabricadas y otros artículos de primera necesidad, con el invierno acercándose.

Gaza Este, que en su día fue el granero del enclave, es ahora un páramo desolado. Colegas y amigos que viven en las cercanías describen el sonido constante de explosiones y demoliciones: los soldados israelíes y los contratistas colonos privados arrasan sistemáticamente los edificios que quedan, excepto los pequeños campamentos destinados a las bandas que viven bajo la protección del Ejército israelí y que reciben armas, dinero, vehículos y otros lujos.

Israel no tiene intención de abandonar Gaza Este en un futuro próximo. El Ejército ha estado consolidando la línea amarilla con bloques de hormigón –engullendo grandes extensiones de Gaza Oeste en el proceso– y el ministro de Defensa, Israel Katz, presume de autorizar el fuego contra cualquiera que se acerque a la barrera, aunque solo sea para intentar llegar a su casa. Los informes también sugieren que Israel planea ampliar la línea amarilla aún más hacia Gaza Oeste, pero la administración Trump parece estar retrasando esta medida por ahora.

En una conferencia de prensa en octubre, el enviado de Trump Jared Kushner anunció que la reconstrucción solo se llevaría a cabo en las zonas totalmente controladas por el Ejército israelí, mientras que el resto de Gaza seguirá siendo escombros y cenizas hasta que Hamás se desarme por completo y ponga fin a su dominio.

Estas divisiones cada vez más marcadas entre Gaza Oeste y Gaza Este presagian lo que el ministro de Asuntos Estratégicos israelí, Ron Dermer, ha denominado «la solución de dos Estados… dentro de la propia Gaza». Israel permitiría una reconstrucción simbólica en las zonas de Rafah gobernadas por sus bandas aliadas, mientras que el resto de Gaza Este se convertiría en una zona tampón arrasada y un vertedero para Israel. En este escenario, Gaza Oeste permanecería en estado perpetuo de guerra, destrucción y privaciones.

No se trata de una reconstrucción, sino más bien de provocar la desesperación –impuesta a través de muros– de la amenaza constante de la violencia militar y las redes de colaboradores. Gaza se está reconstruyendo no en beneficio de su población, sino para afianzar el control permanente de Israel y avanzar en su objetivo de larga data: expulsar a los palestinos de la Franja.

HAMÁS REAFIRMA SU CONTROL

Por su parte, Hamás trata de reafirmar su control en Gaza Oeste para revertir el colapso social que Israel ha provocado a lo largo de dos años de genocidio. Tan pronto como entró en vigor el alto el fuego, lanzó una campaña de seguridad para perseguir a los delincuentes y desarmar los clanes y milicias respaldados por Israel.

La campaña alcanzó su punto álgido con la ejecución pública de ocho presuntos colaboradores, junto con fuertes enfrentamientos con el clan Daghmoush. La estrategia pareció eficaz: varias familias pronto entregaron sus armas a Hamás sin oponer resistencia.

Con esta campaña, Hamás también pretende transmitir, tanto a nivel nacional como internacional, que no ha sido derrotada, a pesar de sus importantes pérdidas durante la guerra, y que no se la debe marginar en los debates sobre el futuro de Gaza. Al mismo tiempo, el grupo está tratando de restablecer una apariencia de orden cívico y vengarse de los miembros de bandas y delincuentes que aprovecharon el caos para saquear y atacar a la población civil. Esto también forma parte de un esfuerzo por recuperar la legitimidad tras perder gran parte de su apoyo popular como consecuencia de la enorme destrucción de Gaza.

Mientras tanto, el primer ministro Benjamin Netanyahu está desesperado por persuadir a Trump de que permita a Israel reanudar el genocidio, aprovechando incidentes aislados en Rafah para justificar una nueva acción militar. En un caso, dos soldados israelíes murieron, según se informa, tras atropellar municiones sin explotar; en otro, los soldados fueron atacados por lo que parecía ser una pequeña célula de Hamás que no tenía conocimiento del alto el fuego ni conexión con la cadena de mando del grupo. También utiliza como arma la ofensiva de seguridad de Hamás, presentándola como una matanza de civiles, y acusa al grupo de negarse a devolver los cuerpos de los rehenes o a desarmarse.

El presidente estadounidense, aún eufórico por la inusual ola de cobertura mediática positiva en torno al alto el fuego en Gaza, hasta ahora ha frenado a Israel, aunque no está claro cuánto tiempo durará. El primer ministro israelí apuesta a que, con el tiempo, Trump se distraerá con el próximo gran acontecimiento, perderá interés en Gaza y, una vez más, le dará carta blanca.

«NUEVA RAFAH»

Si no puede volver a un asalto a gran escala, el plan de respaldo de Israel ha sido persuadir a la Casa Blanca para que limite la reconstrucción a la zona este de Gaza controlada por Israel, comenzando por Rafah, convenientemente situada junto a la frontera con Egipto, adonde ya han huido más de 150 mil habitantes de Gaza (la reconstrucción en el norte, en zonas como Beit Lahiya, brilla por su ausencia en estos planes). Según informan los medios de comunicación israelíes, la ciudad reconstruida –que incluiría «escuelas, clínicas, edificios públicos e infraestructuras civiles»– estaría rodeada por una amplia zona de amortiguación, que en la práctica constituiría una «zona de muerte».

Con el tiempo, Israel podría permitir o incluso animar a los palestinos a trasladarse a las zonas reconstruidas de Rafah, como «zona segura» en Gaza donde los civiles puedan huir de Hamás, una idea que las voces proisraelíes de los medios de comunicación estadounidenses han estado intentando vender. Dado que Hamás no puede ser eliminado por completo de Gaza, como admitió recientemente el columnista político israelí y aliado de Netanyahu Amit Segal, el único «futuro» para los palestinos en el enclave será un este desmilitarizado bajo control israelí.

«Una nueva Rafah… esta sería la Gaza moderada», dijo Segal a Ezra Klein, del New York Times. «Y la otra Gaza sería la que yace en ruinas en la ciudad de Gaza y los campos de refugiados en el centro.»

Actualmente, los únicos habitantes palestinos en Rafah son miembros de la milicia de Yasser Abu Shabab, un grupo vinculado al Estado Islámico, armado, financiado y protegido por Israel. Parece muy poco probable que muchos palestinos acepten vivir bajo el dominio de un señor de la guerra, traficante de drogas convicto y colaborador que ha saqueado sistemáticamente los suministros de alimentos y provocado el hambre en Gaza a instancias de Israel. Además, cualquiera que cruce a la zona este de Gaza controlada por Israel corre el riesgo de ser considerado un colaborador, como le ocurrió al destacado activista anti-Hamás Moumen al Natour, que huyó de la reciente represión de Hamás hacia el territorio de Abu Shabab y posteriormente fue repudiado por su familia.

Incluso si algunos habitantes desesperados de Gaza aceptaran trasladarse a Rafah, Israel no les permitiría simplemente cruzar en masa de Gaza Oeste a Gaza Este, invocando el pretexto de impedir la infiltración de Hamás entre la multitud. El plan de las «burbujas de seguridad», presentado por primera vez por el entonces ministro de Defensa, Yoav Gallant, en junio de 2024, que preveía la creación de 24 campamentos cerrados a los que se trasladaría gradualmente a la población de Gaza, ofrece un modelo. El Ejército israelí probablemente inspeccionaría y autorizaría el paso de cada persona a Gaza oriental, lo que inevitablemente daría lugar a un largo proceso burocrático basado en la inteligencia artificial que dejaría a los solicitantes vulnerables al chantaje de las agencias de seguridad israelíes, que podrían exigirles colaboración a cambio de la entrada.

Israel ha dejado muy claro que cualquiera que cruzara a esa «zona estéril» en Rafah no podría volver al otro lado de Gaza, convirtiendo Rafah en un «campo de concentración», como lo describió el ex primer ministro israelí Ehud Olmert. Muchos palestinos evitarían así entrar en Gaza Este por temor a que, si Israel reanuda el genocidio con la misma intensidad, puedan ser empujados hacia Egipto. De hecho, incluso mientras se trazan planes para permitir la reconstrucción en Rafah, el Ejército israelí sigue demoliendo y volando las casas y edificios que quedan en esa misma zona.

En última instancia, la «nueva Rafah» de Israel serviría como un pueblo Potemkin, una fachada externa para hacer creer al mundo que la situación es mejor de lo que realmente es, ofreciendo solo refugio básico y un poco más de seguridad a los palestinos que huyen allí. Este plan parece asemejarse a lo que el ministro de Finanzas israelí, Bezalel Smotrich, prometió en mayo: «Los ciudadanos de Gaza se concentrarán en el sur. Estarán totalmente desesperados, comprenderán que no hay esperanza ni nada que buscar en Gaza, y buscarán reubicarse para comenzar una nueva vida en otros lugares».

EL DESARME COMO TRAMPA

Independientemente de si la reconstrucción continúa en el este de Gaza, Israel la señalará cada vez más como una zona «libre de terrorismo» y «desradicalizada» y seguirá bombardeando el otro lado con el pretexto de desarmar y derrocar a Hamás.

El grupo islamista ya ha aceptado entregar Gaza a un comité tecnocrático administrativo y permitir que una nueva fuerza de seguridad palestina entrenada por Egipto y Jordania se despliegue en el enclave junto con una misión de protección internacional. Sin embargo, Netanyahu ha rechazado rotundamente la entrada de 5.500 policías palestinos en Gaza, se ha negado a permitir la entrada de fuerzas de estabilización turcas o cataríes en la Franja y ha obstaculizado la creación del comité administrativo.

Del mismo modo, el desarme es un ámbito ambiguo que proporciona a Israel un pretexto casi infinito para impedir la reconstrucción en el oeste de Gaza y mantener el control militar. Hamás ya aceptó desmantelar sus armas ofensivas (como los cohetes) y renunciar al resto de su armamento defensivo ligero (incluidas las armas de fuego y los misiles antitanque), pero como resultado de un acuerdo de paz, en lugar de como requisito previo. También está abierto a un proceso similar al de Irlanda del Norte, por el que guardaría sus armas defensivas en almacenes y se comprometería a un cese total y mutuo de las hostilidades durante una o dos décadas, o hasta el fin de la ocupación ilegal de Israel. En ese caso, el armamento ligero restante funcionaría como una forma de garantía de que Israel no incumpliría sus promesas de retirarse de Gaza y poner fin al genocidio.

Tanto el gobierno británico como el egipcio, junto con Arabia Saudita y otras potencias regionales, están presionando para que se aplique el modelo de desarme de Irlanda del Norte, lo que demuestra que reconocen la sensibilidad y la complejidad de la cuestión del desarme.

La insistencia de Israel en el desarme total e inmediato es una trampa deliberadamente inviable que exige la rendición completa de los palestinos. Incluso si los líderes de Hamás en Doha se vieran obligados de alguna manera a aceptar esta capitulación, muchos de sus propios miembros y otros grupos militantes en Gaza seguramente desobedecerían. Y mientras el Ejército israelí permanezca en Gaza, sin perspectivas reales de poner fin al asedio y al régimen de apartheid de Israel, siempre habrá un incentivo para que algunos actores tomen las armas. Israel puede entonces señalar a esos grupos escindidos o a militantes individuales como justificación para continuar bombardeando y ocupando Gaza.

Israel dedicó más de 740 días, cerca de 100.000 millones de dólares y perdió unos 470 soldados para reducir Gaza a escombros. Como presumió Netanyahu en mayo, ha estado «destruyendo cada vez más casas [en Gaza, y los palestinos, en consecuencia,] no tienen adónde volver». Y añadió: «El único resultado obvio será que los habitantes de Gaza decidan emigrar fuera de la Franja».

Los dirigentes israelíes persiguen ahora el mismo objetivo mediante el desgaste y la desesperación provocados, utilizando los escombros, el asedio y los bombardeos periódicos como instrumentos de rediseño demográfico. La perspectiva de una limpieza étnica no ha desaparecido con el alto el fuego, sino que simplemente ha evolucionado hacia una nueva política, disfrazada y normalizada mediante la planificación burocrática.

(Publicado originalmente en +972 Magazine. Tomado de su versión en español en Ctxt.es.)

Muhammad Shehada es escritor y analista político de Gaza.

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