Una joven camina por las calles céntricas de Bruselas. Un hombre se le arrima y la halaga: “Eres bonita”. La mujer agradece. El varón insiste, sin dejar de caminar a su lado, en tomar algo. Negativo. “¿Por qué?”, le replica. Un veterano, en otra calle, se le acopla. Le pregunta si se dirige a almorzar, dónde vive, si la puede acompañar. Negativo. Él insiste, ella rechaza: “Me estás molestando”. Pegado como un chicle, otro varón vuelve a escoltarla: le pide su número de teléfono, la invita a tomar algo en su casa, en un hotel, en la cama. Negativo, negativo, negativo. “Eres sexy, te deseo. ¿No es eso normal?”, increpa el peneparlante. Al pasar por un café, otro varón escupe: “Lindo culo”. Sus congéneres festejan a carcajadas. “Puta”, le susurra sin anestesia un misógino. Cosificada como tr...
Artículo para suscriptores
Hacé posible el periodismo en el que confiás.
Suscribiéndote a Brecha estás apoyando a un medio cooperativo, independiente y con compromiso social
Para continuar leyendo este artículo tenés que ser suscriptor de Brecha.
¿Ya sos suscriptor? Logueate