“Lamentablemente no puedo. El tiempo no me da permiso y, además, tampoco tengo ganas de ninguna biografía periodística. Te agradezco la comprensión, Eduardo.” Ese fue el último y escueto mensaje para bajar la persiana. Fatigando teléfonos, correos electrónicos y timbres, me di cuenta de que había minado el territorio en busca de hacerse inexpugnable. Ni siquiera pudo convencerlo su amigo Rogelio García Lupo, que viajó desde Buenos Aires para intentarlo. Galeano prefería el silencio, no quería convertirse en estrella. Como suele decir el artista plástico argentino Carlos Alonso, “los grandes de verdad prefieren el bajo perfil”. Así llegó Eduardo Galeano, para habitar estas páginas.
La vida y la muerte caminaban de la mano por la calle, emanaban de los edificios de gobierno, de las dependenc...
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