No se lo ve cansado. Son las siete y cuarto de la tarde. Casi el final de otra jornada en la cantera. Impecable, sin una gota de polvo encima a pesar de que en todo el día no ha parado en su trabajo con el cincel y la barrena, recibe al enésimo periodista.
Así son las giras de promoción literaria.
Manos a la obra, entonces.
Rechaza una taza de café –ya han sido demasiadas–, comprueba que el agua esté en la mesa de al lado, pide un minuto y, como un bateador que se recoge un instante para una plegaria, sale al minúsculo jardín interior de la sala de desayunos de su hotel. No es más que una estrecha pecera a cielo abierto en la que debe esforzarse para caber y dar dos caladas a su cigarrillo, pero después del shot de nicotina regresa más despejado todavía.
Nadie diría que la noche anterior s...
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