Después de emprenderla a tiros contra los hinchas del cuadro rival, uno de los pibes del grupo que asaltó la plaza de Santa Lucía a fines de setiembre reconoció ante el juez haberse deshecho del “matagatos” que llevaba –una pistola calibre 6,35– lanzándola a la Cantera de Suárez. Otro admitió haber disparado un 22 con balas de salva, comprado por 2 mil pesos en la feria de Piedras Blancas “a un desconocido de pelo largo al que le faltaba un diente en la paleta (sic)”.1 Se desentendería del arma luego, vendiéndola en el barrio con dos balas menos y al doble de lo que la había pagado. Un mes después (cuando uno de los baleados aquella noche moría en el Sanatorio Americano, y frente a los baños de la Ámsterdam alguien disparaba, de nuevo, contra otro hincha de Peñarol) la prensa escudriñaba e...
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