Imposible un título más abarcador, vasto y absoluto que El nombre del mundo para una novela tan introspectiva, íntima, que crece hacia el interior, multiplicándose en dramas a veces imperceptibles a primera lectura. El título no miente, pero tampoco dice la verdad con todas las letras: estamos ante una novela que aspira al todo desde la nada, que esconde profundidades detrás de una superficie árida. En el correr de las páginas el lector comenzará a sospechar lo que hacia el final se convertirá en una certeza absoluta: que el territorio es mucho más grande que el mapa. Y el procedimiento es ya característico en Denis Johnson (1949), autor de culto reacio a los medios, perdido en algún punto incierto de Idaho junto a su mujer y sus hijos, estadounidense pero nacido por azar en Alemania, cuya...
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