“Llegará encorvada. Seguro me llamará// con ese nombre que sólo ella/ él conoce// no podré negarme/ hay días que espero su gesto certero.// La temblorosa mano no logra sostener la cuchara// sé que entonces sólo debo estar dispuesto al viaje.” Esta nueva, reconocible, torturada voz poética convoca al ciclo de la decrepitud y la muerte. La cita que la necrófila figura encorvada resuelve de manera definitiva, el nombre que identifica al convocado –porque es llamado y porque él lo sabe por la terrible unicidad de la confirmación– y la voz que, se presume no se dice, reclama una acción, una conducta inexorable. No obstante, parafraseando a Borges, la presencia de la muerte se reconoce por el sentido del gusto: hay un gusto que preanuncia la fecha que la figura encorvada conoce pero que el prono...
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