Era una helada mañana, aquella del 8 de febrero de 1962 en el corazón de Londres. Por debajo de su grueso abrigo, y con las manos enfundadas en costosos guantes de cuero, Brian Epstein, mirándose en el escaparate de la tienda de discos HMV-His Master’s Voice, en Oxford Street, entró al enorme local simulando una seguridad en sí mismo que a sus 27 años distaba de sentir.
Se dirigió al despacho de su viejo conocido Bob Boast, director de la tienda, a quien había conocido un año antes en un congreso de vendedores de discos en Hamburgo, Alemania. Iba a interceder por un contrato de grabación para los Beatles, la banda de Liverpool a la que manejaba desde hacía unos pocos meses, habiendo logrado numerosos contratos de actuación y un cambio notable hacia una actitud más profesional, pero no...
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