La Broche de Oro
Lo que siguió, durante aquel verano, fue una sequía amarilla de tardes enormes. De repente me encontré metido en una especie de versión neorrealista de La laguna azul. Las asambleas ciclísticas de los jpd, el “Manual para saber quién vacía el sobre de la quincena”, los casetes regrabados mil veces con arengas o denuncias horrorosas que llegaban de Buenos Aires o de Europa, se me habían transformado en una obligación estúpida, como estudiar para un examen de contabilidad.
La verdad es que visitarte en tu casa y en tu inmovilidad para escuchar a Ziggy Stardust, para escucharte hablar de Ziggy Stardust o para que me prestaras libros de Calvino, también me parecía un deber incómodo con el que otro se había comprometido, y que yo debía cumplir a disgusto. Andaba en otra co...
Artículo para suscriptores
Hacé posible el periodismo en el que confiás.
Suscribiéndote a Brecha estás apoyando a un medio cooperativo, independiente y con compromiso social
Para continuar leyendo este artículo tenés que ser suscriptor de Brecha.
¿Ya sos suscriptor? Logueate