Cuando a mediados de los años noventa, una vez liberado luego de haber pasado dos años y pico en prisión por un intento de golpe de Estado contra Carlos Andrés Pérez, Hugo Chávez deambulaba en busca de apoyo para su proyecto por entonces “nacionalista y popular”, en los encuentros del Foro de San Pablo nadie le prestaba demasiada atención.
Los grandes partidos de la izquierda constituida de la región –el PT brasileño, el Frente Amplio uruguayo– tenían otras cosas que hacer que darle pelota a ese antiguo oficial de paracaidistas exaltado y medio loco, de prosa florida y tan distinto, tan ajeno a su tradición, a sus formas de legitimación y a sus modales. Hugo Chávez olía a azufre. Tres o cuatro años después, en diciembre de 1998, al frente de su Movimiento Bolivariano Revolucionario 20...
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