La doble vara frente a la invasión rusa y el apartheid israelí - Semanario Brecha
Recibimos y publicamos

La doble vara frente a la invasión rusa y el apartheid israelí

El pueblo palestino observa con empatía el sufrimiento de millones de personas ucranianas que se enfrentan a la guerra, especialmente los más de 2 millones de refugiados que buscan seguridad en los países vecinos. En sintonía con la mayoría absoluta de la humanidad que vive en el sur global, el Comité Nacional Palestino de BDS, la mayor coalición de la sociedad palestina que lidera el movimiento global Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS), se opone a la guerra, ya sea la agresión ilegal de Rusia en Ucrania hoy en día, que viola la Carta de Naciones Unidas, independientemente de las persistentes provocaciones de la OTAN, o las muchas guerras patentemente ilegales e inmorales dirigidas por Estados Unidos en las últimas décadas, que devastaron naciones enteras y mataron a millones de personas.

Vemos en la cálida acogida de Occidente a las personas refugiadas blancas de Ucrania un ejemplo de cómo deberían ser tratadas todas las personas refugiadas que escapan de los estragos de la guerra, la devastación económica o la injusticia climática, especialmente cuando estas calamidades son causadas por el imperialismo. Esta calidez, sin embargo, contrasta fuertemente con la forma en que Occidente ha tratado a las personas refugiadas de piel oscura que llegan a sus costas y fronteras, con racismo, muros, «devoluciones», separación forzada de familias, incluso ahogamiento; la misma discriminación que han experimentado las personas refugiadas no blancas de Ucrania.

Este doble rasero es doloroso, indignante y humillante para los pueblos del sur global, incluido el palestino. Después de todo, el régimen de ocupación militar, colonialismo de asentamiento y apartheid que Israel nos impone desde hace décadas no solo tiene su origen en el imperialismo de las potencias occidentales, sino que sigue siendo armado, financiado y protegido en su impunidad por ese mismo Occidente profundamente colonial y racista, en particular por Estados Unidos, Reino Unido y la Unión Europea.

Al insistir en que todos los seres humanos y sus derechos tienen el mismo valor, el movimiento BDS, liderado por el pueblo palestino, lucha por acabar con la complicidad en el régimen de opresión israelí, que nos niega la libertad, la justicia y la igualdad. El reverendo Martin Luther King Jr. describió una vez los boicots por la justicia racial como «la acción de retirar […] la cooperación con un sistema malvado». En efecto, el BDS presiona a Estados, empresas e instituciones para que pongan fin a su cooperación directa o indirecta con el régimen israelí, que nos está matando, limpiando étnicamente, negando a nuestra población refugiada su derecho a regresar a casa, encarcelándonos, robando nuestras tierras, asfixiándonos en bantustanes cada vez más pequeños y encerrando a 2 millones de nosotros en la prisión al aire libre que es Gaza; una Nakba continua.

Como movimiento de derechos humanos no violento y antirracista, el BDS ha apuntado de manera consistente hacia empresas e instituciones por su complicidad, no por su identidad. No apunta contra las personas corrientes, aun si están afiliadas a instituciones cómplices, a diferencia de los casos en las que las representan.

Los actuales boicots occidentales, histéricos y discriminatorios, impuestos a personas rusas de a pie en función de su identidad o de sus opiniones políticas son, por tanto, opuestos a los principios éticos del movimiento BDS. Los principales medios occidentales –incluido un artículo sorprendentemente justo del New York Times– han empezado a descubrir este hecho, comparando favorablemente el boicot «mucho más sofisticado» que practica el movimiento BDS palestino, institucional y basado en la complicidad, con los boicots alarmantemente xenófobos, macartistas y basados en la identidad, que ahora son aplicados contra personas rusas.

Estas medidas, alentadas por medios de comunicación profundamente racistas, chovinistas y sesgados, incluyen el boicot a películas rusas, a figuras culturales (incluidos Tchaikovsky y Dosto-ievski, quienes murieron a finales del siglo XIX), a integrantes de la academia (excepto quienes denuncian públicamente la invasión) e incluso a… gatos rusos. Un profesor de «ética» médica de la Universidad de Nueva York, el doctor Arthur L. Caplan, ha exhortado incluso a las empresas farmacéuticas a dejar de vender medicamentos a Rusia: «Hay que pellizcar al pueblo ruso […] con los productos que usan para mantener su bienestar. La guerra es así de cruel». La Iatros-Klinik de Munich, un hospital de Alemania –Estado que arma y defiende ciegamente el apartheid israelí y que está plagado de racismo antipalestino y de macartismo anti-BDS–, ha anunciado que dejará de recibir pacientes rusos y bielorrusos, en una vergonzosa violación del juramento hipocrático.

Esta hipocresía ha infectado a las instituciones internacionales dominadas por Occidente. La FIFA, el Comité Olímpico Internacional, la Unión de Federaciones Europeas de Fútbol, Eurovisión, el enorme programa de investigación académica de la Unión Europea, Horizon, entre otros, han rechazado durante años las demandas del BDS de excluir el apartheid israelí, escudando su complicidad con perogrulladas como «el deporte está por encima de la política», «la investigación académica está por encima de la política» y «el arte está por encima de la política». Los atletas que se han solidarizado con el pueblo palestino han sido fuertemente multados e incluso se les ha prohibido competir durante muchos años, mientras que los atletas y equipos nacionales que boicotean a Rusia en solidaridad con Ucrania han sido activamente alentados y recompensados por los mismos organismos deportivos. Algunos valientes campeones árabes están empezando a denunciar esta hipocresía.

La Corte Penal Internacional (CPI) desperdició años discutiendo antes de abrir finalmente una investigación (que aún no ha dado ningún paso concreto) sobre los crímenes israelíes contra la población palestina, incluida la masacre de 2014 en Gaza, que mató en pocas semanas a más de 500 niñas y niños palestinos. En contraste, apenas días después de iniciada la invasión rusa, la CPI se apresuró a abrir una investigación.

Con esta hipocresía, y con la rapidez con la que todas estas entidades dominadas por Occidente boicotearon, expulsaron o sancionaron a Rusia y a gente rusa de a pie solo unos días después de comenzada la invasión de Ucrania, están enviando un mensaje claramente racista hacia los pueblos palestino, yemení, iraquí, afgano y muchos otros: nuestras vidas y derechos como personas de color no cuentan. Irónicamente, estos actos y las declaraciones que los justifican también echan por tierra casi todas las excusas anti-BDS propagadas durante 17 años por Israel y sus apologistas antipalestinos en Occidente con el fin de frustrar nuestros llamamientos a la justicia.

Aunque el estribillo siempre ha sido «los negocios están por encima de la política», de repente ahora cientos de empresas occidentales cierran todos sus negocios en Rusia para protestar por la invasión de Ucrania, pero ninguna de ellas protestó nunca por las salvajes y mortíferas invasiones estadounidenses de Irak y Afganistán. Por ejemplo, McDonald’s mantiene incluso una sucursal en la base militar de la Bahía de Guantánamo, el campo de tortura más famoso del mundo. Muchas de estas mismas empresas, como HP, Hyundai, Caterpillar, General Mills y Puma son blanco del movimiento BDS por apoyar activamente la ocupación militar y el régimen de apartheid que Israel impone desde hace décadas al pueblo palestino. Airbnb, que se retiró de Rusia a los pocos días de iniciarse la invasión, sigue anunciando alojamientos en colonias israelíes ilegales construidas en tierras palestinas robadas, lo que constituye un crimen de guerra (véase «Asentamientos israelíes, ciudad de vacaciones», Brecha, 6-IX-19).

También es fundamental dejar en claro la legalidad y la moralidad de las sanciones. Los Estados y las organizaciones interestatales pueden, de acuerdo a las normas internacionales, imponer sanciones con la condición de que estas tengan por objeto poner fin a violaciones graves del derecho internacional, como la agresión, la anexión y la dominación coloniales o el apartheid, sin hacer distinciones entre los Estados perpetradores. Para ser legales, las sanciones deben respetar los derechos humanos fundamentales y las obligaciones humanitarias, y ser proporcionales a la gravedad de la violación. Sin embargo, las sanciones impuestas por Estados Unidos históricamente se han aplicado de forma selectiva para favorecer sus intereses geopolíticos, y, en particular, cuando se dirigen a Estados del sur global, han sido diseñadas en su mayoría para devastar la vida de la gente común y así forzar, en última instancia, «cambios de régimen». En algunos casos, como el de Irak, estas sanciones han tenido resultados genocidas.

Por el contrario, el BDS, y con él la sociedad civil palestina, reclama sanciones selectivas, proporcionales y legales, que tengan como objetivo acabar con el sistema opresivo de apartheid, colonialismo de asentamiento y ocupación llevado adelante por Israel, y no perjudicar a la gente corriente. Este reclamo incluye un exhaustivo embargo militar y de seguridad, el corte de los vínculos con los bancos que financian el apartheid y las colonias, y la expulsión de Israel de los Juegos Olímpicos, la FIFA, el programa Horizonte y otros organismos internacionales. En cambio, cortar el suministro de alimentos, medicinas y otros bienes básicos, como suelen hacer las sanciones de Estados Unidos, nunca puede justificarse moral o legalmente.

Por último, aunque la guerra es algo invariablemente malo, para algunos representa una retorcida oportunidad. Entre los mayores beneficiarios de la guerra de Ucrania hasta ahora se encuentran las empresas occidentales de seguridad y las de combustibles fósiles. También Israel ha visto en esta guerra, como en otras catástrofes, una gran oportunidad para vender gas a Europa y atraer inversiones de oligarcas, y así fortalecer su economía de apartheid. Con sus discriminatorias leyes fiscales, que eximen a los nuevos «inmigrantes» judíos (vistos como colonos por la población palestina) de pagar impuestos por sus ingresos en el extranjero durante al menos 10 años, Israel está atrayendo a muchos oligarcas rusos que escapan de las sanciones occidentales. Un ejemplo flagrante es Roman Abramovich, que obtuvo la ciudadanía israelí en 2018 y cuyo jet aterrizó en Tel Aviv el primer día de la invasión rusa. Con total impunidad, Abramovich ha donado durante años más de 100 millones de dólares a la organización de colonos violentos Elad, que trabaja para expulsar a la población palestina de sus hogares en la ocupada Jerusalén.

Obsesionado con mantener su «régimen de supremacía judía desde el río Jordán hasta el mar Mediterráneo» –como lo califica la principal organización israelí de derechos humanos, B’Tselem–, el apartheid israelí también insta a las personas refugiadas ucranianas que son de origen judío (al tiempo que discrimina a las no judías, por supuesto) a emigrar a Israel, con planes para asentarlas ilegalmente en tierras palestinas robadas en el territorio ocupado.

Los palestinos y las palestinas, de nuevo, estamos pagando un alto precio por una guerra en la que no hemos tenido ningún papel. Sin embargo, no pedimos caridad. Exigimos rendición de cuentas, justicia y plena igualdad para toda la humanidad. Estamos construyendo poder desde abajo y tejiendo redes de solidaridad interseccional más fuertes para cortar los vínculos de complicidad internacional con el régimen de apartheid de Israel. Aunque nuestra lucha por la liberación es una pequeña parte de las luchas mundiales por la justicia indígena, racial, económica, social, de género y climática, Palestina sigue siendo, a los ojos de gran parte del mundo, un indicador clave de la capacidad de las sociedades occidentales para descolonizarse realmente y superar su colonialidad racista de siglos.

Como escribió una vez John Dugard –jurista sudafricano y exjuez ad hoc de la Corte Internacional de Justicia–, «la cuestión de Palestina se ha convertido en la prueba de fuego de los derechos humanos». «Si Occidente no muestra preocupación por los derechos humanos [del pueblo palestino] […], el [resto del mundo] concluirá que los derechos humanos son una herramienta empleada por Occidente contra los regímenes que le desagradan, y no un instrumento objetivo y universal para medir el trato hacia las personas en todo el mundo.»

Ya es hora de atender el llamamiento del BDS palestino para contribuir a nuestra tan esperada liberación. #

Del Comité Nacional Palestino de BDS

(Traducción para Brecha de María Landi.)

Artículos relacionados

El papel que el sionismo cristiano jugará en el gobierno de Trump

Con la cruz y con Israel

Edward Said y Yeshayahu Leibowitz anticiparon la hecatombe en Gaza

Responsabilidad internacional o terror permanente

Edición 2031 Suscriptores
El uso de civiles palestinos en las operaciones militares de Israel

El viejo truco de los escudos humanos