Pasaditas las ocho de la noche del sábado 28, un atardecer gris redondeaba uno de esos días insulsos en los que ni sale el sol ni termina de llover. Comenzaba a caer la noche y en el Devoto de Almería e Hipólito Yrigoyen ya no se divisaba ese ir y venir playero de comienzos de febrero. Las cajas no estaban concurridas y era un buen momento para perderse entre las góndolas sin carritos frenéticos o colas impacientes.
En determinado momento, un pequeño tumulto y un calmo rumor comenzaron a palparse entre cajeras, funcionarios y algunos clientes. Una empleada hablaba de la llegada de una persona veterana, con una palabra menos amable. “¿Quién está en el supermercado?, pregunté por fin. “La presidenta de Brasil”, me respondió la cajera.
Ya olvidándome de mis bolsas, y de todo, corrí hacia la o...
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