Me crucé con ellos en el aeropuerto de Concepción, 500 quilómetros al sur de Santiago, en una región donde el invierno llega con un tiempo endemoniado. En un rincón de la sala de espera, el grupo se veía como esos náufragos-emigrantes africanos que las marinas de Italia o España rescatan del Mediterráneo: todos hombres jóvenes, con vestimentas patéticamente inadecuadas para los fríos chilenos, muchos envueltos en unas mantas de avión que, como lo sabemos quienes solemos sufrir el viaje en la clase turística, sólo dan un abrigo simbólico. Eran inmigrantes haitianos, varados en Concepción desde la noche anterior, a la espera de que se levantara la niebla en Santiago y pudieran terminar el ya muy largo vuelo desde el país más pobre del continente.
Chile no es un destino de inmigración. En 190...
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