Cuando Estados Unidos se convertía en la primera potencia, desplazando del sitial de privilegio a Inglaterra –hace ya más de un siglo–, se la consideraba la “tierra de la libertad”, la nación de la esperanza donde los postergados del mundo, muchos de ellos provenientes de una Europa que los condenaba al hambre y la emigración, podían encontrar un futuro promisorio. A los que llegaban a la tierra prometida los recibía una gigantesca estatua que simbolizaba los sueños de libertad y progreso que anhelaban.
Un siglo y pico después, buena parte de los medios simplifican el ascenso del sudeste asiático, y de China en particular. Para explicar el prodigioso crecimiento de estas economías se hace hincapié en los bajos salarios, las pésimas condiciones de vida que habría en las ciudades y el deteri...
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