Hay que detenerse frente al retablo, que luce como perdido en una exposición* de refinada artesanía contemporánea, aunque sean evidentes los lazos que la unen con las formas y motivos ancestrales de un país tan rico en culturas pretéritas.
Corregir; no es un retablo, aunque hace décadas se les llama así. Es un cajón de San Marcos, y no se trata de un elemento decorativo, como está clasificado en el catálogo de la exposición –aunque así se lo use probablemente hoy, dado el difundido gusto por lo (“étnico”–. Basta detenerse a mirarlo con atención, a escrutar a las figurillas colocadas en el piso de arriba y el piso de abajo de lo que parece un templo para, aun sin ser alertado por información alguna, intuir que detrás de ellas circulan ideas sobre lo cotidiano y lo sagrado. No son pisos...
Artículo para suscriptores
Hacé posible el periodismo en el que confiás.
Suscribiéndote a Brecha estás apoyando a un medio cooperativo, independiente y con compromiso social
Para continuar leyendo este artículo tenés que ser suscriptor de Brecha.
¿Ya sos suscriptor? Logueate