Cuando en 1958 comenzó la construcción del túnel de 8 de Octubre, nadie sospechó que se volvería un dolor de cabeza por años. Hubo que detener varias veces la obra porque su costo original se disparó. Cuando por fin se inauguró, en 1961, se comprobó que la altura del túnel era insuficiente para ómnibus, troleybuses y camiones. La ventilación también resultó inadecuada y los gases de los motores de combustión no se eliminaban. Durante los primeros años los automóviles lo eludieron. Decían que el túnel estaba “enyetado”, cuenta la historiadora Yvette Trochón.1 Luego de casi un lustro, múltiples ajustes y gracias a coches con menor altura, los ómnibus pudieron atravesarlo a partir de 1966.
Con el corredor Garzón, el primero de seis que la administración de Ana Olivera previó construir hasta 2...
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