Todo empieza con una ecuación simple pero inquietante: las personas producen basura, las ratas se alimentan de basura, por lo tanto, mientras haya personas también habrá ratas. Cuantas más personas, más ratas. El ser humano es un constante productor de desperdicios, hasta podría decirse que dedica gran parte de su vida a generar residuos, una tarea aprovechada por los tristemente célebres roedores de manto gris oscuro, que usan lo que otros descartan. Nueva York, la gran metrópoli del mundo capitalista, es también la capital mundial de las ratas. Mientras el turista de turno pasa de largo, con los ojos puestos en lo alto del Empire State o fascinado por los estridentes neones de Times Square, otro mundo transcurre, subrepticio, entre las bocas de tormenta y el agua negra, a pocos metros de...
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