Es imposible no escuchar Blackstar “con el diario del lunes”. Y nunca la expresión “con el diario del lunes” estuvo tan bien aplicada como este lunes en particular, en el que los titulares de prensa anunciaban la inesperada muerte de David Bowie.
De repente todo cobró un nuevo sentido: Blackstar no era un renacimiento. No era una reinvención. No era un nuevo comienzo del artista que hizo de volver a comenzar su mayor virtud. Blackstar era el fin.
Las señales estaban sembradas por todo el disco: “Miren aquí arriba, estoy en el cielo/ Tengo heridas que no pueden verse/ Tengo drama que no puede robarse” (“Lazarus”); “Algo pasó el día en que murió/ Su espíritu se levantó un metro y dio un paso al costado/ Alguien más tomó su lugar y gritó con valentía/ Soy una estrella negra” (“Blackstar”); “S...
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