En tren de encasillar, este trabajo de Francisco Lapetina se ubicaría en el cruce entre el pop, el rock y la “canción de cantautor” (espantosa designación). Rock porque es una música de sonoridad fuerte (aunque no agresivamente fuerte), y con una actitud no complaciente. Pop porque ese carácter caprichoso propio de lo roquero está matizado por un pulimiento fino, y planteado en un lugar que esquiva la agresión y contempla el goce. Son canciones “autorales”, por supuesto, pero no pasan por el centro de la definición de canción en la medida en que la música tiene primacía sobre las letras (aunque éstas no carecen de elaboración), la mezcla no es totalmente “vococéntrica”, y el disco está planteado de manera que quita el énfasis en la primera persona, recurriendo a participaciones importante...
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