Por algo hay que empezar - Semanario Brecha
Naturaleza, computadoras, democracia, ética

Por algo hay que empezar

La semana pasada, buena parte de la edición de Brecha estuvo dedicada a dos temas: el agua y la inteligencia artificial. Temas que, más allá de estar haciendo ruido en los últimos meses por la sequía y el lanzamiento del ChatGPT, son partes de problemas mayores, que están instalados hace mucho y que serán cada vez más definitorios para nuestras vidas. De forma muy gruesa, podemos decir que estos problemas son el de la naturaleza y el de las computadoras, que son los temas que definen nuestra época, cosa que no es, por cierto, una gran novedad.

Si tiramos del hilo de la madeja de la crisis hídrica, nos encontramos un modelo exportador basado en la intensificación del uso del suelo y en la degradación de los ecosistemas y los cursos de agua. Esto no es una abstracción, sino una forma de explotar la tierra que agrede y desestabiliza las condiciones de posibilidad de la vida de nuestros cuerpos, o sea, de nosotrxs. Estamos ante una nueva versión, más dramática, del viejo problema de la tierra. Si seguimos tirando del hilo, nos encontramos con el hecho de que las economías basadas en combustibles fósiles van a calentar aún más el planeta y cambiar el clima, de modo que eventos extremos, como esta sequía, van a ser cada vez más comunes. No es necesario decir que estamos lejos de tener las capacidades institucionales y la conciencia colectiva para enfrentar semejantes problemas, que no se solucionan con un par de buenas reglamentaciones. Se trata, nada menos, que de pensar de vuelta la totalidad del sistema económico, de forma que no esté organizado sobre el intento de acelerar al máximo la acumulación de capital, sino sobre la comprensión de la materialidad del planeta que habitamos y de la biósfera de la que somos parte. Nada menos.

Pasemos a la inteligencia artificial. Aunque no necesariamente estamos viviendo en el mundo de Terminator, también estamos ante un tema grueso. Se puede ser relativamente escéptico sobre que estas tecnologías vayan a eliminar prácticamente todos los trabajos, pero aun así entender que la forma de trabajar puede cambiar radicalmente en muchos sectores, produciendo mayor alienación, control y precarización en sectores cuyos trabajadores hoy son vistos como calificados o profesionales. Pero el problema no es solo ese. Internet como medio está habilitando la creación de maquinarias de propaganda infinitamente más capilares, oscurantistas y potentes que cualquier cosa que hayamos conocido antes, además de producir dispositivos capaces de sumir en la adicción y el encierro a partes relevantes de la población. Y, por si todo esto fuera poco, las plataformas reorganizan los mercados y la logística, y sus dueños acceden a todo tipo de información en tiempo real. Pensar la tecnología como un sector económico más, en el que tenemos que atraer capitales, formar mano de obra y ser competitivos, es no entender ante qué tipo de fenómeno estamos. ¿Qué hacer frente a eso? Si pensamos desde el punto de vista del Estado, habría que pensar en sistemas de investigación e innovación que no estén orientados a producir startups, a ofrecer zonas francas o a formar científicos subordinados a líneas de investigación que responden a intereses ajenos, sino al pensamiento estratégico y crítico sobre estas tendencias, que permita construir capacidades propias, que, a su vez, cuajen en instituciones públicas capaces de hacer intervenciones relevantes en la escala nacional, algo que necesita de inversiones considerables.

DEMOCRACIA

Cualquiera de estos dos temas, la naturaleza y las computadoras, cuando pensamos en cómo enfrentarlos, nos fuerzan a pensar en escala. Una escala que excede en mucho los límites de la República Oriental. Ciertamente serán necesarios latinoamericanos, internacionalismos e instituciones mundiales. Pero cualquier respuesta trasnacional estará compuesta de un mosaico de capacidades locales, así que por algo se empieza.

Felizmente, algunas de estas capacidades ya existen. En parte porque, no siendo problemas nuevos, hace tiempo se vienen construyendo instituciones dedicadas a ellos. Más aún: el Uruguay construyó, con las décadas, formas institucionales en que lo público, la democracia en diferentes escalas y las direcciones colectivas ofrecen una forma relativamente democrática de construir institución y gestión. Esta forma, trabajosamente mantenida por una multitud de militantes anónimos, no parece ser especialmente apreciada por el sistema político e, incluso, muchas veces, por las propias instituciones que son gobernadas de este modo. Los gestores, muchas veces tomadores de «buenas prácticas» extranjeras, suelen preferir formas de mercado (o pseudomercado) si no directamente autoritarias y verticales. Ignorando el hecho de que, si las instituciones son robustas, capaces de generar dinámicas horizontales, enraizadas en la vida de la sociedad, prestigiosas, y si no tienen enquistadas en su interior marañas de pseudomercados, tercerizaciones, financiamientos externos e intereses empresariales, empiezan a desplegar círculos virtuosos de aprendizaje y construcción de capacidades.

Puede parecer que me estoy yendo de tema, pero en este punto estamos llegando a algunas preguntas: ¿cómo llevar a cabo, de forma democrática, la necesaria transición ecológica? ¿Qué tipo de intervención tendría que hacer el campo de lo público sobre internet? ¿Pueden tener las plataformas digitales un rol en la creación de formas de gestión pública y democrática?1 Responder estas preguntas implica, también, pensar cómo reimaginar las instituciones públicas y las capacidades colectivas que estas organizan, actualizándolas de una forma que no implique reemplazarlas por formas autoritarias o de mercado, lo que requiere de un intenso trabajo en la elaboración de teorías de la gestión.

La importancia de lo público se agiganta cuando entendemos que, ante la reducción de la importancia y la autonomía de la burguesía nacional, en Uruguay, el Estado es el único actor capaz de acumular capital para producir capacidades nacionales. Más aún cuando entendemos que la magnitud de las transformaciones que son necesarias para intentar evitar el desastre ambiental (o, por lo menos, enfrentar sus consecuencias) requiere necesariamente de mecanismos no solo de regulación, sino también de planificación. Estamos lejos del tipo de capacidades que son necesarias para esto, pero por algo se empieza.

ÉTICA

Esta planificación implica necesariamente retirar zonas del mundo productivo y social del control del mercado. Pero también significa cambios subjetivos y en los patrones de consumo. La idea de que toda la población puede y debe llegar a un nivel de consumo equivalente al de las clases medias del primer mundo es inviable. Quienes promueven esa idea están siendo cómplices de llevar a la sociedad y al mundo a un abismo. El mensaje debería ser exactamente el contrario: las clases altas (y medias) tienen que bajar drásticamente su nivel de consumo (de viajes, de bienes de lujo importados, de autos, de combustible) y abandonar el modo de vida imperial.2 Esto implica cambiar el eje de las aspiraciones colectivas desde el ascenso social hacia la construcción de servicios públicos y derechos que mejoren sustantivamente la vida en términos de tiempo disponible, asegurar la provisión de lo necesario para la vida y promover una vida culturalmente rica. Esto no solo porque es necesario en sí mismo, sino también para prepararnos para el mundo que viene, que será un mundo de escasez e inestabilidad, en el que, de todos modos, se podrán inventar resiliencias y vidas vivibles.

Volviendo a la cuestión de lo público, podemos hacernos la pregunta de qué tipo de instituciones favorecen este tipo de mentalidades, es decir, qué tipo de instituciones favorecen la virtud ciudadana y la autoconciencia colectiva. Una pista: no es el mercado ni el verticalismo. Las instituciones públicas que habilitan la participación en la toma de decisiones son escuelas de ciudadanía (si sus espacios de participación no están vaciados por el aparateo, el acoso o similares), aunque no son las únicas. La construcción de capacidades colectivas para enfrentar los gruesos problemas que vienen no se puede limitar al Estado. La democracia tampoco. Ya que, si la democracia es el poder de los muchos, este se tiene que componer de todas las escalas: las comunidades, los colectivos, las organizaciones, los sindicatos, la autogestión y los movimientos son también parte de ese complejo de construcción de capacidades, y para que puedan hacerlo tienen que no estar subordinados al Estado.

Esto nos lleva a la cuestión de la ética. Que no se trata de andar por la vida diciendo quién es bueno y quién es malo, sino de cultivar el autoconocimiento, la expansión de la conciencia y la capacidad de componer formas virtuosas de vida colectiva. Aprender a trabajar sobre nuestro deseo (el de cada uno y el colectivo) puede ser útil para anular las aspiraciones al modo de vida imperial. Conocer las formas en las que funciona nuestra atención, y valorarla, puede ayudarnos a combatir la adicción al smartphone.3 Ser capaces de construir nuevas formas de familia, de amor y de comunidad va a permitirnos enfrentar mejor los problemas de la vida. Cultivar cierta combinación virtuosa entre disciplina e indocilidad va a permitirnos enfrentar mejor los problemas. Entrenar la conciencia en escalas superiores a la individual (de clase, nacional, humana, pero también conciencia de nuestro lugar en los procesos productivos y de nuestro ser parte de la biósfera) nos puede ayudar a sacarnos el balde de la cabeza a la hora de pensar nuestra vida y su sentido. Todo lo que necesita venir acompañado de una dimensión estética y, me animaría a decir, espiritual: necesita ser narrado, convertido en cultura, ritualizado. Estas cosas, que seguramente algún lector malicioso está a punto de calificar de hippies, son la condición de posibilidad de cualquier poder colectivo. Y es, especialmente en esta situación de fragmentación social y cognitiva, una tarea política de primer orden que no es ajena a ningún colectivo ni organización.

PROGRAMA

Algunas zonas de la izquierda uruguaya están pensando, hace algo más de unos meses, en cómo podría ser el próximo período de gobierno, de cara al Congreso del Pueblo y el Congreso del Frente Amplio. La famosa discusión programática.

Efectivamente, los problemas de la naturaleza, las computadoras, la democracia y la ética no son los únicos que un programa de transformación (que no puede ser simplemente un programa de transformación del Estado) debería atender. Pero son problemas con importancia estratégica, porque condicionan a todos los demás. Por esto, ningún programa ni ninguna estrategia son relevantes si no tienen algo para decir sobre estos problemas. Si la hegemonía implica que un grupo pueda encarnar los intereses del conjunto para ejercer un liderazgo intelectual y moral, quien quiera aspirar a la hegemonía tiene que poder ofrecer, si no soluciones, por lo menos formas de enfrentar o dar cuenta de los grandes problemas del presente.

Ciertamente hay, en el país, otras urgencias y demandas que deben ser pensadas y atendidas. Pero las cuatro que destaco en este artículo no pueden ser postergadas. Si elegimos ignorarlas, la necesidad histórica nos va a llevar puestos. Alguien podría decir que estos problemas son abstractos y que estamos tan lejos de tener la capacidad de enfrentarlos que mejor preocupémonos de otras cosas. A esto habría que responder que no se trata de cuestiones abstractas, sino de cuestiones extremadamente concretas, que hacen a nuestro cuerpo, su entorno, las máquinas que lo rodean y las formas como vivimos juntos. Y que, si no tenemos las capacidades hoy, en todo caso la pregunta sería cuáles son los pasos que tenemos que recorrer, de tan atrás como sea necesario, para construirlas. La construcción de capacidades colectivas es un arte que los pueblos desarrollan en una escala temporal de décadas, pero que puede acelerarse con inteligencia institucional, recursos y pensamiento.

1. Sobre este tema, ver el artículo del pensador bielorruso Evgeny Morozov titulado «¿Socialismo digital?».

2. Sobre este punto, resulta muy interesante el libro titulado Modo de vida imperial, de Ulrich Brand y Markus Wissen (Tinta Limón, 2021).

3. Sobre esto, ver los bellos textos que está escribiendo Amador Fernández-Savater, por ejemplo:

3. Sobre esto, ver los bellos textos que está escribiendo Amador Fernández-Savater, por ejemplo: «La sociedad desbordada».

Artículos relacionados

Milei y la retirada de Argentina de la COP29

Negar lo evidente

Edición 2025 Suscriptores
Brasil: el fuego, los bolsonaristas y el caso del ministro

En varios frentes

Historias de defensoras urbanas en Montevideo y Ciudad de México

Los rostros del agua