Según las reglas económicas del sistema en el cual estamos inmersos, es bien conocido por cualquier analista en marketing que el público más pequeño es un blanco fundamental para alimentar el consumo que mueve nuestras sociedades. En ellos, el arsenal de manipulaciones psicológicas que la publicidad ha ido hábilmente desarrollando y sofisticando parece filtrarse y desarrollar una insaciable sed de necesitar algo más. Ahora, cuando cruzamos con esta directriz otra vinculada al arte, el punto de intersección parece complejizar el tan cuestionado discurso de consumo. Inevitablemente, el arte en nuestros tiempos, si no en todos, se apoya en una base que material e inexorablemente necesita jugar en los límites de las estrategias del mercado para poder sobrevivir y sobre todo competir con el cúm...
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